Todo el pueblo pudo presenciar la majestuosa presencia de ella, en ese hermoso lugar, donde el cielo es tan cristalino como el agua y las noches son cálidas como el arrullo del mar. Iban pasando por ese callejón sin fin, como todos los días, pero esta vez era diferente se sentía esa presencia, tan magna que no se puede descifrar. El camino era largo para llegar hasta la cabaña, tenían mucho afán, los estaba esperando. Pero el recorrido como ninguna otra vez era muy largo parecía que cada vez iban retrocediendo en vez de adelantar, pero entre juegos y risas, de pronto, ya no le dieron mucha importancia a esto que estaba sucediendo y siguieron, ¡pero un momento!. Recordaron ese deseo que juntos pidieron, poder verla, tan solo por un momento. De repente ese podría ser el día en que ellos pudieran ver a eso tan soñado. Siguieron su camino, los árboles parecían agarrarlos con sus ramas, sin embargo no hicieron caso, de pronto estaba ella, tal y como la habían soñado, hermosa, resplandeciente y los estaba llamando; ellos no podían creerlo pero, sí, era cierto. Esa hermosa hada estaba en la puerta de la cabaña, no era su madre, era ella, definitivamente “El hada”, que llamándolos, los envolvió entre su esplendoroso vestido de tantos colores como el arcoíris, demasiado bella. Y los llevo a su reino, otorgándoles su más preciado tesoro, su cielo. Pero ellos la tendrían que admirar por toda la eternidad, a su hada, el hada de los sueños.